Fernando Sáez Aldana
Nací en Haro, capital del rioja, el 20 de septiembre de 1953, una mala añada para el vino. A los diez años se produjo mi primera manifestación literaria con una redacción sobre la muerte del papa Juan XXIII que causó sensación. A los doce gané el concurso de redacción de Coca-Cola en su fase Norte y durante el bachillerato estuve abonado al sobresaliente en redacción sin fallar una semana y comencé a escribir un diario que acabaría destruyendo.
Un día llegó a casa un viejo piano con candelabros destinado a mis hermanas, que recibían clases particulares y se examinaban por libre en el Conservatorio de Logroño. Me senté en el taburete, levanté la tapa y descubrí que era capaz de tocar de oído cualquier melodía (el acompañamiento era otra cosa).
Estaba claro que lo mío era el teclado: escribir y tocar el piano. Pero…
Con los diecisiete recién cumplidos me matriculé en primer curso de Medicina y a los veintidós ya era médico. A los veintitrés me casé con Pachús, una compañera de clase; a los veinticuatro me hipotequé comprando un piso; a los veinticinco gané una oposición a funcionario hospitalario vitalicio; a los veintiséis nació nuestro primer hijo, Ignacio, y a los treinta el segundo, Guillermo (la nena, Isolda, aún tardaría bastante en llegar).
Una vez cumplidas con precoz aplicación mis obligaciones familiares, laborales y sociales, creí llegado el momento de hacer lo que más me gustaba. Con treinta y dos años me examiné por libre de los cursos preparatorios de piano y solfeo en el Conservatorio. Tuve que explicarle al conserje que no era el padre de ninguno de aquellos chavales de siete años para que me permitiera acceder al aula. Saqué los seis cursos de solfeo en tres años y llegué a examinarme de quinto de piano. A los treinta y cinco, en fin, leí la convocatoria del X Premio de narraciones breves «Antonio Machado» (1988) y decidí presentarme.
Mi relato (Un caso interesante) ganó uno de los diez accésits entre los casi dos mil presentados y enfermé de concursitis. Durante los dos años siguientes gané varios premios, entre ellos el Juan de la Cuesta de relatos y el X Tiflos de Cuento, y vieron la luz mis primeras publicaciones, que ya suman una docena de libros entre narrativa, poesía y teatro. Durante décadas he compatibilizado como he podido el ejercicio de dos oficios, la traumatología y la escritura, cada uno de los cuales precisa todo el tiempo disponible para obtener los mejores resultados.
Así, con la doble mala conciencia del médico por robárselo al escritor, y viceversa, he ido escribiendo y operando hasta que llegó la jubilación el día que cumplí los sesenta y cinco. Liberado de aquellas obligaciones que me impidieron dedicarme a lo que de verdad me atraía (pero, las cosas como son, de lo que no hubiese podido vivir), he retrocedido medio siglo a la casilla de salida del juego de la vida, dispuesto a echar el resto escribiendo.
En los cuatro últimos años he publicado cinco libros y estrenado una obra de teatro, y los proyectos literarios bullen en una cabeza donde todavía hierven ideas. El último libro, Las perlas de la música clásica, se lo he dedicado a nuestros nietos, Adrián, Claudia y Vega, «porque el disfrute de esta excelente música es lo mejor que puedo legarles»».